¿Por qué se hicieron las Líneas de Nasca?
Las interrogantes sobre la finalidad y el significado de las líneas de Nazca han sido cuestiones esenciales que han movido a cientos de especialistas de todas las disciplinas a interesarse por interpretar esta manifestación artística de las culturas precolombinas del área andina. Su descubridor, Mejía Xesspe, aventuró una primera interpretación basándose en sus impresiones y en su profundo conocimiento de dichas culturas. Para el eminente arqueólogo peruano las líneas tenían un claro sentido religioso, consideraba que sus complejos trazados tenían un fin ritual, siendo algo así como una red de caminos por los que sus creadores transitaban en actos de veneración a sus dioses.
La primera interpretación global de las líneas provino del trabajo conjunto de Kosok y Reiche a finales de la década de los cuarenta. Ambos investigadores centraron su trabajo en estudiar la relación de las líneas con los puntos de salida y ocaso de importantes estrellas, planetas y constelaciones para comprobar si los geoglifos eran un instrumento de observación astronómica. Para ello tuvieron en cuenta la importancia de determinadas fechas en el calendario astronómico (como los solsticios y los equinoccios) así como otras esenciales en el calendario agrícola andino, como el 6 de mayo, fecha del comienzo de recolección de las cosechas.
Ambos investigadores llegaron a la conclusión de que las líneas serían un calendario astronómico que respondería a la necesidad de prever con precisión el comienzo de las estaciones y las cosechas; y que algunos de los dibujos eran representaciones terrestres muy elaboradas de constelaciones. El mono estaría así relacionado con la Osa Mayor y la araña con Orión y la estrella Sirio. Ambos investigadores advertían de que las líneas tuvieron que ponerse en uso en una fecha muy antigua, ya que teniendo en cuenta los cambios que han experimentado las posiciones de las principales constelaciones en el cielo nocturno a lo largo de los siglos (debido al fenómeno conocido como precesión de los equinoccios) para que las líneas encajasen con sus estrellas correspondientes había que retroceder al primer milenio antes de Cristo, mucho antes de la formación de la Cultura Nasca.
En 1967 la Smithsonian Institution y la National Geographic Society pusieron en marcha un proyecto para verificar la validez científica esta teoría astronómica. Su ejecución fue encomendada al astrónomo norteamericano Gerald S. Hawkins, quien junto a su equipo realizaron mediciones de 72 líneas y 21 figuras geométricas en un total de 186 direcciones distintas. Los resultados fueron analizados por un programa que contemplaba los datos referentes a 45 cuerpos celestes visibles desde la latitud de Nasca entre el V milenio a.C. y el año 1900 d.C. El resultado fue que el 80% de las direcciones a que apuntaban los dibujos no coincidían con puntos en el horizonte relacionados con constelaciones. Hawkins concluyó que «Las líneas no pueden tener una función astronómica, como tampoco desempeñan papel alguno para el establecimiento de un calendario». Ello condujo a otras interpretaciones, aunque esta teoría sigue siendo muy popular en nuestros días.
Algunos investigadores propusieron soluciones más imaginativas. El alemán Georg A. von Breunig lanzó la teoría de que las figuras geométricas de Nasca eran en realidad pistas para carreras pedestres, donde se entrenarían personas encargadas de importantes funciones en la sociedad precolombina, como los chasquis, correos al servicio del monarca inca, cuya función política era primordial para el mantenimiento del imperio y que se desplazaban a larguísimas distancias por el imponente sistema de calzadas construido por el imperio prehispánico, por lo que esta función podría haber estado en consonancia con el carácter sagrado que todos los estudiosos otorgan al desierto y sus líneas.
Sin embargo, esta propuesta no tuvo eco y la mayoría de los autores se volvieron a la interpretación religiosa que había avanzado Mejía. El explorador británico Tony Morrison propuso que las líneas y pistas serían lugares de reunión en los que las comunidades indias practicarían el culto a los antepasados, y que las figuras animales serían entonces emblemas familiares que representaban a un clan que se reunía para adorar a un antepasado común.
El norteamericano John Reinhard no apuntó a un culto a los antepasados sino a la fertilidad. La Cultura Nasca se basaba en la agricultura, y a lo largo de los valles cercanos desarrollaron un complejo sistema de canalizaciones de agua desde las montañas que permitieron su desarrollo. Según este investigador, las líneas no apuntarían a las estrellas, sino a las montañas. En el desierto sagrado se habrían construido pistas o plazas para rendir culto al agua y la fertilidad, y las líneas apuntarían las canalizaciones que se habían efectuado en el valle. El antropólogo Anthony Aveni se sumó a esta teoría enfatizando el carácter ritual de las líneas y añadiendo que las figuras animales tendrían un carácter totémico.
En 1968 vio la luz uno de los libros más vendidos del siglo XX: Recuerdos del futuro, del suizo Erich von Däniken, en el que proclamaba una de las teorías más cautivadoras del siglo: la evolución del ser humano era el producto de una mutación programada por visitantes extraterrestres de un pasado remoto que ocasionalmente regresaron con posterioridad para comprobar la fortuna de su experimento y dejar señales de su estancia en varias civilizaciones de la antigüedad.
Sobre Nasca sostuvo “Cerca de la pequeña ciudad actual de Nazca aterrizaron un día, en la llanura desértica, seres inteligentes extranjeros. Instalaron un aeródromo improvisado para sus ingenios espaciales que debían efectuar sus operaciones en la cercanía de la Tierra. En este terreno ideal construyeron dos pistas. Los cosmonautas cumplieron su misión –una vez más– y regresaron a su planeta de origen. Pero las tribus preincaicas que vieron cómo trabajaban estas criaturas extranjeras solo tenían un deseo: ¡que esos dioses regresaran! Consecuentemente, se pusieron a trazar nuevas líneas en la llanura, como vieron hacer a los dioses. Pero los dioses no volvieron a presentarse...” Por tanto las figuras geométricas del desierto serían un gigantesco aeródromo espacial en el que hicieron su aterrizaje naves de otro planeta y las líneas y dibujos serían un mensaje de los indígenas a esos visitantes, como un ruego para que volviesen.
Esta teoría ya había sido avanzada en 1960 en otro de los libros fundacionales del esoterismo moderno, El retorno de los brujos, de los franceses Louis Pauwels y Jacques Bergier, que no dudaban en afirmar que «Las fotografías que poseemos de la llanura de Nazca nos hacen pensar de modo insoslayable en el balizamiento de un campo de aterrizaje. Hijos del Sol llegados del cielo... No podemos negarnos a suponer las visitas de habitantes del exterior, de civilizaciones atómicas desaparecidas sin dejar rastro». Cuando apenas habían pasado cuarenta años de su descubrimiento, las líneas del desierto peruano hacían su entrada por la puerta grande en el complejo mundo de los estudios de lo oculto para no abandonarlo jamás. Tal fue su impacto en el conocimiento general del asunto que la figura humanoide de treinta metros de altura, grabada en la ladera de un monte, constituye el testimonio más claro en las líneas de una representación humana y ha pasado a conocerse como «el astronauta».
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