La Leyenda de Cuniraya y Cahuillaca
Este mito forma parte de los escritos de Francisco de Avila, quien en la primera década del siglo XVII los recolecta en la provincia de Huarochirí. Como "extirpador de idolatrías", tenía la misión de destruir las antiguas creencias andinas y reemplazarlas por la religión católica. Para ello recorrió la sierra de Huarochirí con ayudantes andinos, los que escribieron en quechua los mitos y leyendas de esa región. La primera traducción al castellano la hizo José María Arguedas, en 1966, publicando el libro "Dioses y Hombres de Huarochirí". Luego, en 1987, Gerald Taylor hizo una nueva traducción que aparece en el libro "Ritos y Tradiciones de Huarochirí del siglo XVII", de donde se ha adaptado el presente relato.
El Mito del Dios Cuniraya y la princesa Cahuillaca
Cuentan que en tiempos muy antiguos, Cuniraya Huiracocha se convirtió en un hombre muy pobre, y andaba paseando con su ropa hecha arapos, y sin reconocerlo algunos hombres lo trataban de mendigo piojoso. Pero Cuniraya Huiracocha era el dios del campo. Con solo decirlo preparaba las chacras para el cultivo y reparaba los andenes. Con el solo hecho de arrojar una flor de cañaveral (llamada pupuna) hacía acequias desde sus fuentes. Así, por su gran poder, humillaba a los demás dioses de la región.
Había una princesa llamada Cahuillaca, que por ser tan hermosa todos los hombres nobles la pretendían. Pero ella siempre los rechazaba. Sucedió que esta mujer, que nunca se había dejado tocar por un hombre, se encontraba tejiendo debajo de un árbol de Lúcumo. El dios Cuniraya que la observaba de lejos pensaba en una manera astuta de acercarse a la bella Cahuillaca. Entonces se convirtió en un pájaro y voló hasta la copa del Lúcumo, donde encontró una lúcuma madura a la que le introdujo su semen, luego la hizo caer del árbol justo al costado de donde Cahuillaca se encontraba tejiendo. Al verla se la comió muy gustosa y de esta manera la bella princesa quedó embarazada sin haber tenido relaciones con ningún hombre.
A los nueve meses Cahuíllaca dio a luz, crió sola durante un año a su hijo, pero siempre se preguntaba quién sería el padre. Al cumplirse el año, el niño ya andaba a gatas, llamó entonces a todos los nobles y señores a una reunión a la que estos acudieron vestidos con su ropa más fina. Esta reunión tuvo lugar en un pueblo llamado Anchicocha. Al llegar se fueron sentando, y la bella princesa les enseñaba a su hijo y les preguntaba si eran los padres. Pero nadie reconoció al niño. Cuniraya Huiracocha también había asistido, pero como estaba vestido como mendigo, Cahuillaca no le preguntó a él, pues le parecía imposible que su hijo hubiese sido engendrado por aquel hombre miserable.
Como nadie reconocía al niño, Cahuillaca le dijo al niño que fuera él mismo a reconocer a su padre y dijo a los señores que si el padre estaba presente el niño se le subiría encima. Así lo hizo y el niño se dirigió muy contento donde se encontraba el dios Cuniraya Huiracocha, vestido de mendigo. Cuando su madre lo vio, muy encolerizada, gritó: «!Ay de mí! ¿Cómo habría podido yo dar a luz el hijo de un hombre tan miserable?». Y con estas palabras cogió a su hijo y corrió hacia el mar.
Entonces Cuniraya dijo: "¡Ahora sí me va a amar!" y se vistió con un traje de oro, y la siguió, llamándola para que lo viera. Pero Cahuillaca no volvió para mirarlo, siguió corriendo con la intención de arrojarse al mar por dar a luz el hijo de un hombre tan "horrible y sarnoso". Al llegar a la orilla, frente a Pachacamac, se arrojó y quedaron convertidos, ella y su hijo, en dos islas muy hermosas, que están muy cerca a la playa.
Como el dios Cuniraya pensaba que Cahuillaca voltearía a verlo, la seguía a distancia llamándola y gritándole continuamente, y en el camino se encontró con diversos animales; algunos de ellos le dijeron que la encontraría y otros le dijeron que no la encontraría. Dependiendo de sus respuestas, él los premiaba o los maldecía. Estos animales fueron: el cóndor, el zorro, el halcón, el puma, la serpiente y el loro. Al quedarse hablando con ellos, Cuniraya perdió valioso tiempo para evitar que Cavillaca se arroje al océano y cuando llegó al mar ella y su hijo ya se habían convertido en islas. Esas son las dos islas que se encuentran frente al Santuario de Pachacamac.